Me di cuenta que su voz estaba hecha de hebras humanas,
que su boca tenía dientes y una lengua que se trababa y
destrababa al hablar, y que sus ojos eran como todos los
ojos de la gente que vive sobre la tierra.Había oscurecido.
Volvió a darme las buenas noches. Y aunque no había niños
jugando, ni palomas, ni tejados azules, sentí que el pueblo
vivía. Y que si yo escuchaba solamente el silencio, era
porque aún no estaba acostumbrado al silencio; tal vez
porque mi cabeza venía llena de ruidos y de voces.De voces, sí. Y aquí, donde el aire era escaso, se oían
mejor. Se quedaban dentro de uno, pesadas. Me acordé de
lo que me había dicho mi madre. «Allá me oirás mejor.Estaré más cerca de ti. Encontrarás más cercana la voz de
mis recuerdos que la de mi muerte, si es que alguna vez la
muerte ha tenido alguna voz». Mi madre… la viva.Juan Rulfo